“No son treinta pesos, son treinta años”, fue una de las frases más repetidas durante las semanas del estallido social. Treinta pesos de aumento en el pasaje del transporte público fue el pretexto para que detonara el ciclo de protestas más grande desde el regreso a la democracia en el 1990. Para muchos participantes de la protesta los treinta años corresponden a un período de promesas inconclusas, en que las expectativas evocadas por la democracia en términos de igualdad y movilidad social no se cumplieron. La desconfianza hacia la política, en particular al rol de los partidos y las elites económicas y socioculturales, que son percibidos como alejados de la realidad cotidiana de la gran mayoría, aparece como una motivación fundamental del estallido social.