Entre los años 1967 y 1968 la Iglesia Católica de Chile vivió uno de los periodos más intensos de su historia: para la aplicación de las transformaciones inspiradas por el Concilio Vaticano II se organizó en Santiago el Sínodo, reunión que contó con la participación de centenares de laicos, laicas, religiosas y sacerdotes, y que significó una profunda revisión de las formas de relación entre la Iglesia y el mundo, y más allá de ello, de sus prácticas, sus debilidades, sus horizontes.
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